Careline tiene unas facciones duras que adivinan una voluntad inquebrantable. Su figura ágil y fibrosa resulta tan inusual como irresistible.
Le oigo preguntar por la estación y le contestó sin que se dirija a mí. Vuelvo sobre mis pasos a los 10 minutos cuando me doy cuenta de que probablemente se dirija a Hendaia y creo recordar que no hay tren hasta dentro de seis horas. Al acercarme a ella le habló con la mejor de mis sonrisas, temiendo por un momento incomodarle por mi reiterada intromisión, pero no es así.
Me enseña su billete de tren para que vea la hora que no es la que yo le he dicho y hablamos de camino a su destino. La conversación fluye al instante.
Hasta hace un par de semanas vivía con su novio en Amberes. Empezaba a sentirse ahogada en aquellas calles, la familia de él, la suya propia, un futuro cercano con compra de casa y niños incluidos. Cuando la pareja recorría los escasos 80 kilómetros que hay desde Amberes a Bruselas, él se sentía incómodo, ansioso por volver a su casa y a su gente.
El verano pasado Careline comenzó a perfilar en su mente la idea de un gran viaje que la llevase a recorrer todo Europa y África. Yo he tenido la fortuna de conocerla en su fugaz paso por Vitoria, tras haber estado en Pamplona y a las 00.15 ha cogido un autocar hacia Lisboa por problemas en el tren que debía de llevarla allí.
Su novio disfruta de las vacaciones pero no ama los viajes. Dice que al final la ha apoyado, pero creo que él ha comprendido que daba igual lo que dijera y ha preferido obrar así.
Careline ha sentido que era el momento adecuado, tras haber terminado una carrera parecida a pedagogía y trabajo social, para emprender la aventura que durará 4 meses. En enero su plan es volver a trabajar, pero no he entendido en qué.
Dice que si su relación resiste este viaje lo resistirá todo, pero creo que lo hace por ella, no por los dos. Admite que sentía que no tenía elección, que tenía que hacer este viaje y también que esperaba tener miedo, que sería duro, pero no se lo está resultando en absoluto.
Se siente libre, no ha tenido ningún problema hasta el momento y todo le parece fácil porque no tiene más obligación que ocuparse de ella.
Viajar es como si el resto del mundo desapareciera y solo importase el aquí y ahora, en el que te tienes que preocupar de donde comer y dormir, teniendo al mismo tiempo muchísimo tiempo para pensar y miles de ideas que bombardean tu mente. Por eso lleva un diario consigo, supongo que le ayuda a reflexionar.
En Lisboa tomará un avión a Senegal donde colaborará con una fundación encargada de mejorar la situación de los niños que viven en la calle. Esta nervios por su llegada a África, cree que será entonces cuando comience el viaje. Europa es muy parecida entre sí, pero al entrar en el continente olvidado todos serán negros y ella el centro de atención, la diferente.
Habla un perfecto inglés y un castellano suficiente para entendernos, además de portugués. Trato de aprovechar para ejercitar mi discurso anglosajón que continúa tan horrible como siempre, pero que también resulta suficiente.
Me cuenta su historia y yo la mía que no es tan espectacular, pero ella, porque realmente lo piensa o por educación, me dice que le parezco muy valiente y que lo que estoy haciendo es excepcional, que muy poca gente lo hace en mi situación. Algún día escribiré sobre ello.
Hablamos de la fugacidad de la vida, de su irrelevancia, de la importancia de la actitud en la vida (actitude, que debo pronunciar fatal, porque le cuesta un par de veces entenderme), de cuánta gente se habrá sentado en ese mismo banco antes que nosotros, ese asiento insignificante que seguirá allí cuando nos hayamos muerto.
¿Qué importancia puede tener entonces, qué sentido, el continuar con una relación sin pasión, cuando dentro de dos días yaceremos todos bajo tierra? Esa es mi pregunta, no la suya.
Le pregunto su nombre sabiendo que más tarde escribiré sobre ella y además, como si le importara lo más mínimo, se lo cuento. Le alargo la mano y me la estrecha.
Le recomiendo introducir la maleta hasta el fondo del maletero del autobús, para evitar que el ladrón de turno se encapriche de tu equipaje.
Me augura un buen futuro y me desea amor entre risas. Pese a que me hubiera quedado hasta que el autobús partiera y quizá un poco más, pongamos hasta Lisboa, me muerdo el corazón y me despido con la excusa de que me cierran el kebap, cuestión que en aquel momento me importa un pimiento aunque mi estómago ruja como un león. Me muerdo también la lengua para no preguntarle por su email o por su teléfono. No nos volvemos a tocar, simplemente nos despedimos con la mano antes de que me pierda tras la esquina.
¿Qué sentido tiene aferrar su presencia por agradable que sea si en dos días yaceremos todos bajo tierra?
Me recuerda la canción de Sabina que dice "Cada vez que se encuentran dos caminantes..."
La intuición, la estupidez y el morro me han llevado a entablar conversación con ella. Curiosamente su historia ha reforzado la mía, mis ganas de vivirlo todo, con calma y libertad.
Quizá esté solo en mi viaje, pero no soy el único que ha emprendido esta aventura.
Buena suerte Careline, hasta nunca.