Acabo de leer la entrada titulada "a escena" en la que hablé sobre la sensación de llegar a una nueva ciudad en pos de tus sueños, como en tantas y tantas películas de argumento predecible y a la vez entrañable.
Entonces como hoy, la ciudad no era nueva del todo aunque también ahora quedan rincones por descubrir, la mayoría me atrevería a decir. Entonces como hoy el nuevo soy yo.
Es cierto que de pequeño imaginé muchas veces vivir solo y dedicarme a escribir en un lugar lejos de donde nací. Pero ahora me doy cuenta que no profundicé más en esa idea, que me quedé con la parte romántica y no llegué a oler esa escena, el vacío, el silencio, la responsabilidad sobre uno mismo que recae cuando uno vive solo y salvo que se convierta en uno de esos párvulos a los que sus padres sobreocupan con millones de actividades extraescolares, al final te quedas solo, o mejor dicho contigo, una considerable cantidad de tiempo y descubres partes de ti que quizá siempre habían estado ahí, pero nunca reparaste en ellas.
Y con el paso de los días vas descubriendo nuevas partes y como tantas veces, tus descubrimientos no son consecuencia de profundas reflexiones sino de un estilo de vida mantenido en el tiempo.
Cada día me convenzo más que comerse el coco en realidad no sirve de mucho, que Emilio Duro, del que hablaré en la siguiente entrada, tiene razón: "hay que seguir al corazón y no a la razón. Cuando se enfrenten sigue al corazón".
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