Otra forma de vivir

Hace poco que empecé a valorar la libertad en su justa medida. A disfrutar de pequeñas cosas que tiempo atrás me habrían parecido casi absurdas y desde entonces, siento que mi vida ha tomado otra dirección, la mía y día tras día hallo sorpresas que me hacen sonreir de la misma manera que los niños que me cruzo por la calle.

Me gustaría que este blog sirviera para compartir la alegría de vivir y contagiar esta extraña enfermedad que me aqueja al mayor número de personas posible. Iré colgando reflexiones sobre las historias más curiosas que me vaya encontrando, maneras diferentes de afrontar problemas comunes, cuentos ambientados en mundos que todavía no se han descubierto, truquitos para que la men sana se encuentre en un cuerpo igual de sano, frases de esas que funcionan a modo de pepito grillo y nos ayudan en determinados momentos, poesías y libros que me gustan, un poco de todo.

Quisiera no poner barreras a mis sueños,
quisiera ser un artista del vivir.

sábado, 13 de octubre de 2007

Supervivencia

Llegó un amigo al que cada vez me siento más unido. Una de esas personas que no ves en mucho tiempo y con la que sin embargo no te falta conversación, ni puntos en común, ni razones para reirte.

De noche, en un bar maravilloso, que es más un santuario y comenzamos a hablar. Ellos no le conocían y yo tampoco tenía ni idea de lo que nos iba a contar.

Se trata de un gran deportista que con toda probabilidad hubiera llegado a profesional de la pelota si no fuera por su mal de manos. En los últimos años se ha dedicado a seguir entrenando, a la montaña, mientras terminaba la carrera de IVEF (deporte). Viajó a Sudamérica y subió varios montes. Estuvo solo y en compañía, meses, rodeado de gente con verdaderos problemas, de parajes tan mágicos como desoladores. Podría escribir todo el día sobre lo que no dijos, pero me limitaré a dejar unas pinceladas que creo, son suficientes para entender lo que vivió.

En uno de los viajes iba acompañado de otro amigo y se perdieron en las montañas, en Argentina. Los dos pensaban que al otro le quedaba algo de comida y se vieron en medio de la nada, con poco más que leche en polvo para llevarse a la boca. Así pasaron 5 días en los que tuvieron que comer hierba, dormir en el mismo saco para entrar en calor ante una sensación térmica de 45 grados y animarse en todo momento para no sucumbir al desánimo y a una muerte segura.

Llegaron a un río que caía desde 6000 metros con una fuerza enorme. No podían volver hacia atrás, habían perdido más de 10 kilos en 20 días y habían perdido las cuerdas. ¿Cómo atravesarlo?

Se abrazaron sabiendo que podían morir en aquel lugar, se despidieron y tras buscar el lugar menos peligroso para hacerse al agua se zambulleron.

Mi amigo, Aritz, baja la mirada al recordarlo. Dice que vio como el otro iba directo a las rocas, creía que éstas le sacarían las tripas y al final los dos se salvaron, a pesar de ser arrastrados más de 200 metros por el agua.

El otro le engañó diciéndole que cerca había un pueblo, para animarle y cuando llegaron encontraron un desierto, pero al final sobrevivieron.

Es un hombre grande, muy fuerte, que se come una barra de pan sin inmutarse antes de comer. Pero allí le cedía la comida a su compañero al que veía más débil y lo mismo hacía el otro. Esa clase de situaciones te cambia, dice.

En otra ocasión lo atracaron en la montaña. Iba solo, y a punta de revólver le quitaron todo menos lo que llevaba puesto. Continúo caminando pensando que podría morir hasta que econtró un caserío. Aquellas pobres gentes lo acogieron y tras marcharse a los días, volvió con las medicionas que tenía en otro pueblo para dárselas a sus benefactores, que incluso, le cedían la cama (fardos de hierba) de sus hijos para que durmiera allí. Dice que le es quiere como a su familia.

Una vez, escalando en hielo iban atados tres montañeron por lo alto de un risco. Él se cayó al vacío por un lado de la montaña, y su compañero tuvo la sangre fría de tirarse al otro lado (era una cima), para compensar su peso y evitar que se cayeran los dos. El tercero los subió, pero imaginaros la situación, cada uno suspendido a un lado de la montaña y el tercero anclado con el piolet teniendo que subir a los otros dos.

Dice que allí todos ayudan a todos, que no hay egoistas, que la gente te da todo lo que tiene y que cuando llegas aquí recuerdas lo aprendido pero que a los tres meses sucumbes a esta sociedad consumista.

Te queda una señal de lo vivido, que te hace más tranquilo, más humilde, menos agresivo.

Él está cambiado, es como conocer de nuevo a quien ya creías conocer.


No hay comentarios: