Cada mañana tenía que fabricar 500 tornillos.
Al mediodía mostraba 350 y guardaba otros 200 que ya tenía hechos en un rincón.
Volvía por la tarde para llegar a esos 500 pero como ya estaban hechos no hacía nada y cobraba gustoso esas horas.
Al final de la jornada entregaba 500 tornillos, ni uno más, porque si no comenzarían a exigirle 501 cada día y ni uno menos, para que no pudieran quejarse de él.
La siguiente mañana la afronataba con 50 tornillos en su rincón y volvía a hacer lo mismo que el día anterior.
Al finalizar el año había hecho cientos de miles de tornillos, sin para ello tener que sentirse agobiado, trabajando contra reloj.
Cuando las reglas que hay no nos convencen quizá sea el momento de crear las propias.
Al mediodía mostraba 350 y guardaba otros 200 que ya tenía hechos en un rincón.
Volvía por la tarde para llegar a esos 500 pero como ya estaban hechos no hacía nada y cobraba gustoso esas horas.
Al final de la jornada entregaba 500 tornillos, ni uno más, porque si no comenzarían a exigirle 501 cada día y ni uno menos, para que no pudieran quejarse de él.
La siguiente mañana la afronataba con 50 tornillos en su rincón y volvía a hacer lo mismo que el día anterior.
Al finalizar el año había hecho cientos de miles de tornillos, sin para ello tener que sentirse agobiado, trabajando contra reloj.
Cuando las reglas que hay no nos convencen quizá sea el momento de crear las propias.
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